Quien nos iba a decir que llegaríamos hasta aquí cuando empezamos a pedalear, y sin embargo, aquí estamos ¡en la mitad del mundo!
Con esta frase llegamos a la línea que divide el hemisferio norte y sur de nuestro planeta. Pero Ecuador es mucho más que una línea que separa dos hemisferios. Es un país con unos paisajes sorprendentes, una gentes acogedoras y un clima muy variable.
El paso fronterizo fue uno de los mejores que hemos realizado, ágil, rápido y con una sonrisa. Como decía, el clima es muy variable y el país nos recibió con bastante lluvia. Nuestra primera parada fue en San Gabriel. Llegamos por la Panamericana, que presenta un perfecto estado y no mucho tráfico hasta llegar a Quito. La noche la pasamos con nuestros amigos los bomberos, algo que se convertiría en un clásico. Los cuarteles de bomberos en Ecuador son otro nivel y la calidez con la que te reciben sus moradores, a la altura de los mejores.
Los primeros días transcurrieron entre lluvias, bomberos y fuertes subidas. Los Andes se manifiestan en todo su esplendor a lo largo de todo el país, y eso se deja notar en los espectaculares paisajes y también en las piernas. Dormimos a los pies de la laguna de Yahuarcrocha en Ibarra y en Cayambe, donde preparan unos bizcochos para chuparse los dedos solo a 15 kilómetros de la línea ecuatorial. Todo sin dejar la E35 que traíamos desde la frontera.
Quito, seria la siguiente parada. Solo llegar, ya fue todo un triunfo. Los que viajáis en bicicleta, ya sabéis que las entradas a las grandes ciudades son difíciles, pero si a esto le sumas una cuesta de más de catorce kilómetros con pendientes del 10% en algunos tramos y un sol como solo pega por estas latitudes, se convierte en una odisea. Además, nuestro anfitrión vivía en una de las lomas que rodean la ciudad. Solo añadiré que parte del último tramo lo hicimos empujando la bicicleta por una de las autovías que bordean la ciudad con los coches pitandonos y silvando en nuestros oídos. ¡Lo mejor era no mirar para atrás!
No obstante, la ciudad merece la pena. La colocamos en el top cinco dentro de este viaje. Pasamos tres días en la capital ecuatoriana, en los que descansamos poco y andamos bastante, era lo que requería la situación. Abandonamos la ciudad en medio del humo de la multitud de coches que abarrotaban todas las vías de salida, cansados físicamente y con la moral un poco baja.
Ecuador nos ha gustado mucho, pero no ha sido un paseo precisamente. Ha puesto a prueba nuestras fuerzas, de tal manera que decidimos cambiar el itinerario previsto. Nos bajamos de los Andes tras dejar atrás el Cotopaxi, la selva reemplazaría a la sierra en el camino. De esta forma, al llegar a Ambato decimos adiós definitivamente a la Panamericana y tomamos la carretera de Baños de agua santa, también conocida como carretera de las cascadas. El nombre se lo tiene totalmente ganado. Todo el descenso desde Ambato hasta Puyo es espectacular, pero especialmente los treinta kilómetros después de pasar Baños de agua santa. Las cascadas, que surgen a uno y otro lado de la carretera llenan tus ojos y maravillan a cualquiera. Ese día nos cayó una gran tromba de agua y pinchamos en mitad de un camino de tierra totalmente embarrado y aún así fue el que más disfrutamos de toda nuestra estancia en Ecuador.
Desde Puyo, la selva se extiende hasta la frontera con Perú. Si pensábamos que esta sería la solución a nuestros males, estábamos bien equivocados. A pesar de que la carretera se mantiene en perfecto estado, esta llena de continuas subidas y bajadas, el calor y la humedad son asfixiantes y en los primeros ciento treinta kilómetros, no hay más que pequeñas comunidades de indígenas. Eso sí las extensiones de verde follage que se pueden divisar desde lo alto de las colinas son increíbles. Y es que aún que estemos en Ecuador esta es la selva amazónica y aquí toma una nueva dimensión hasta ahora no conocida por nosotros.
Fueron cuatro días recorriendo selva y acumulando un montón de desnivel en nuestras piernas. Como os contábamos antes, la moral no estaba muy alta y esta situación no nos ayudaba. Como solución decidimos tomar un bus que nos subiera a Loja.
La ciudad nos gustó. Como puntos negativos diremos que tiene un tráfico bastante denso y que los bomberos están lejos del centro. Pero en general, nos agradó y nos permitió cargar pilas.
Salimos animados en dirección a la frontera de Balsas, uno de los puntos fronterizos más remotos y menos frecuentados que hemos cruzado jamás. Ya nos habían advertido de la dificultad del camino y por eso íbamos concienciados. Pero ni por esas. Finalmente, el camino ha sido lo más duro que hemos hecho en el viaje con diferencia. La carretera está en buen estado hasta veinticinco kilómetros antes de llegar a Valladolid, a partir de este punto se convierte en un barrizal debido a las fuertes lluvias de esta época (entre noviembre y marzo esta comprendido el período húmedo por estos lares). Pero incluso antes de este punto el cuerpo ya nos empezó a decir que no podía más. Las subidas fuertísimas y largas, la lluvia, la niebla, los ríos que tuvimos que atravesar, la noche que se nos echaba encima y finalmente la carretera que se convertía en camino de barro, fueron demasiado. Empezamos a pedalear a las siete de la mañana y eran las seis de la tarde y aún no habíamos completado los cien kilómetros que había a Valladolid. Por suerte, ya casi desfallecidos apareció un coche de militares en el camino, Ana sacó el dedo y en un momento estábamos subidos con dirección a Zumba el destino del día siguiente. Creímos que ya estaba todo hecho. Pero no fue así. Como os contabamos la carretera deja de serlo y empieza a ser un barrizal lleno de baches. Sesenta kilómetros restaban a Zumba desde donde nos recogió el coche, tardamos tres horas en recorrerlos. Tres horas en las que no paramos de dar botes y tragar polvo. Sobrepasamos el umbral del sufrimiento. Once horas en la etapa de bicicleta más dura que hayamos hecho jamás, más tres horas de sufrimiento en un coche que ya no estábamos seguros de adónde nos llevaba, fue sufuciente. Ana rompió a llorar durante veinte minutos, de la forma más desconsolada que la he visto hacer hasta ahora y yo no podía nada más que apretar los dientes y aguantar el sufrimiento. No pude ni consolarla. Felizmente el calvario terminó a las nueve de la noche en Zumba. Ni buscamos alojamiento. Fuimos directamente al primer sitio que vimos y tras cenar algo fugazmente y tomar una ducha de agua fría, nos metimos en la cama.
A la mañana siguiente tomamos un pequeño bus que nos llevó hasta la frontera por dos dólares y medio, ya estábamos en nuestro último destino, Perú.
Ecuador, ha sido como sus carreteras, lleno de subidas y bajadas. No ha habido un solo momento de rectas. La espectacularidad de los paisajes te subía a lo más alto, pero la dureza del relieve te hacía polvo. Aún que el país nos ha sorprendido para bien, nos llevamos un recuerdo un poco agridulce de nuestro paso por estas tierras.